Cuando aprendas a considerar tu vida y cuanto hay en ella como el milagro que es, comprenderás enseguida que quejarse es desperdiciar el milagro que eres.
Cada instante que pasas disgustado, desesperado, angustiado, furioso o dolido a causa del comportamiento de otra persona es un instante en el que renuncias al control sobre tu vida.
Obsérvate a ti mismo y a los demás en este mundo disparatado, y después decide que es mejor, pasear por ahí la rabia o desarrollar un sentido del humor que te proporcionará a ti y al prójimo el más preciado de todos los dones: la risa.