lunes, 11 de agosto de 2008

La cosecha


En un oasis escondido en medio del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim se detuvo a abrevar sus camellos y lo vio transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

- ¿Que tal anciano? le dijo.

- Muy bien-contestó Eliahu sin dejar su tarea.

- ¿Qué haces aquí, con este calor, y esa pala en las manos?

- Siembro dátiles-contestó el viejo.

- ¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez- . El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Dime, ¿cuántos años tienes?

- Ochenta, ... pero eso, ¿qué importa?

- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Aunque vivas hasta los cien años, difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que siembras. Deja eso y ven conmigo.

- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

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