Cuando cierro los ojos comienzo a ver, como si recorriera una distancia infinita a una velocidad inimaginable, como si la realidad me permitiera abstraerme más allá, en un viaje remontado por mis alas, para poder comprenderla en profundidad.
Sumergida en realidades y pensamientos, nadando para no ahogarme en ellos, pierde impulso mi esencia y mojo las alas de mi vuelo.
De repente, surge entre las aguas una oportunidad que no percibí antes, la cual, como un tronco en medio del océano, me permite salir del agua por un momento, para descubrir el paisaje, mirar hacia el cielo, respirar, secar mi alas...
En ese instante, impulsada por cierta magia inexplicable, remonto vuelo y diviso el todo de mi reciente experiencia, de mi nado sin rumbo.
Entonces veo el camino desde lo alto, con claridad, y descubro lo maravilloso que fue sentir el agua fresca en mi corazón ardiente, ávido de emociones.
En ese momento decido regresar a mi camino, ya no para nadar sin rumbo sino para fusionar mi alma al cuerpo que me tocó ocupar y nadar volando entre el agua y el cielo, ahora sin sumergirme, sino divisando el horizonte.
Quizás el día en que descubrí mis alas, remonté un vuelo tan elevado que, el camino de mi vida, se tornó tan pequeño que parecía insignificante.
Sin embargo el caminar ocultando mis alas provocaba que viera tan lejano el cielo, que mi vida parecía a medias.
Y así sucedía, desde tan alto o sumergida.
En lo alto mis ojos no veían, solo soñaban; en lo profundo mis alas no volaban, se mojaban.
Creo que es tiempo de volar sobre el horizonte agitando las alas para divisar el paisaje y nadar sobre la superficie.
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